viernes, 21 de junio de 2013

Canto a Paraná / Guillermo Saraví



I

Soy la sombra del bardo gibelino
que sobre el pedestal de un alto monte
detiene su camino,
para volver la vista fatigada
al lejano horizonte
donde levanta la ciudad amada
sus torres y sus muros,
pretendiendo grabar en la mirada
con rasgos indelebles y seguros,
el dichoso espejismo
que nutrirá sus pobres esperanzas
en el agrio dolor del ostracismo.

Mas, no como él, mi amargado exilio
en las duras y estériles andanzas,
puedo aguardar por adorable guía
la inmaterial presencia de Virgilio
aclarando las sombras de la vía,
ni para compensar esta secreta
mezcla interior de lágrimas y hieles,
luciré del altísimo poeta
la diadema de olímpicos laureles.

Arde mi corazón como votiva
lámpara en los altares del Recuerdo,
y el dulce amor que en la oración aviva
la llama de una fé que nunca pierdo,
tiembla en la perla nítida del llanto,
y por la idealidad que no se alcanza
echa al espacio, convertida en canto,
la paloma inmortal de su esperanza!

II

Viento de la llanura
que vas con rumbo a la ciudad distante
cuyo  recuerdo engarza en mi amargura
su nívea claridad, como un diamante:
llévala el salmo de mi amor y díla
de qué manera, en medio de la ausencia,
una lágrima toda transparencia
me lava el corazón y la pupila
que ahora tengo clara,
clara como si en ella
su querida visión se reflejara.

Y tú divina estrella, hermana estrella,
a cuyas inmanencias siderales
quemé, con el carbón de mi querella,
el incienso de tantos madrigales;
tú, la primera que abrirá los ojos
y me verá, como al ensimismado
creyente en oración, caer de hinojos
sobre el camino aún ensangrentado
por las cárdenos fuegos del poniente:
haz que mi alma suplicante ascienda
cuando tu resplandor bese mi frente
que se inclinó hasta el polvo de la senda;
haz que mi alma crezca en el infinito
de su ansiedad tremenda,
para que iluminada de visiones
lance en la yerma soledad el grito
de sus lamentaciones.

III

Viajero: vé en las nubes de la tarde
cómo una mano taumaturga o bruja,
para tu corazón cobarde
el panorama del solar dibuja.

Cegado por el largo desvarío
que a esa celeste realidad te arranca
¿no ves cómo se extiende el caserío
sobre el verde tapiz de la barranca?

¿No divisas la torre delineada
sobre el lienzo infinito,
como un rígido monje de granito
o una enorme oración petrificada?

¿No oyes en el silencio un poco triste
de la hora, como una sobrehumana
conminación, la voz de la campana
que desde niño en tu ciudad oíste?

¿No apresura tu pecho sus latidos
con  emoción intraducible y rara,
como si el gran mutismo se llenara
con la voz de los seres conocidos?

Hoy tendrán una pausa tus pesares;
hoy debe en tu alma despertar el niño
con las reminiscencias familiares
que viven de nostalgia en tu cariño.

Hoy dejarás, sellando a la protesta
tus labios de harmonioso peregrino,
que vaya tu ilusión por el camino
de la ciudad amanecida en fiesta.

Soñarás que tus pasos solitarios
bajo las arboledas habituales,
van por las viejas calles casi iguales
despertando los ecos centenarios…

Y pedirás –magüer esas quimeras
hijas de tu presente desconsuelo, -
un húmedo pedazo de su suelo
donde echar tus despojos cuando mueras.

Doquiera marches, pálido viajero,
y aunque tú lo desdeñes o lo olvides,
como sombra que va por tu sendero
y a quien en vano que se aparte pides,
por más que sufras y por más que llores
y por más que camines y camines,
algo de la heredad de tus mayores
te seguirá hacia todos los confines.



IV

Calles un tanto silenciosas. Plazas
donde jugara mi niñez. Lugares
llenos de sugestiones familiares.
Arboles conocidos. Viejas casas
que abrigan del extinto patriciado
las sombras señoriales
y a cuya piedra se aferró el pasado,
como si no quisiera
trasponer los umbrales
ni abandonar su majestuosa vera…

El parque…. El monumento… La avenida
que en las siestas soleadas del invierno
se llena de bullicio y cobra vida….
El reloj de la casa de gobierno
con su voz indistinta da la hora,
y el alma, que hace tanto la ha escuchado,
se reconcentra en su nostalgia y llora
cual si oyese el acento del pasado…


Allá, la catedral que sobrecoge
con su mole de ensueño y fantasía,
y en cuyas torres la ciudad recoge
los resplandores últimos del día.
Yergue el solemne santo de la entrada
su figura de piedra consagrada….
Y el silencio que vela
en los contornos de la antigua escuela,
parece meditar en los lejanos
tiempos en que el clarín daba su alerta,
cuando iban por allí los veteranos
soldados de Caseros o India Muerta;
en los heroicos tiempos legendarios
de los gorros de manga y la divisa,
y del inevitable ¡Viva Urquiza!
¡Mueran los salvajes unitarios!

El vetusto edificio de la escuela,
cuando el bullicio con la noche amaina,
oye sonar el hierro de una espuela
golpeando en el latón de alguna vaina….

Más de una vez la sombra prodigiosa
del capitán de Vences ha tornado
a la ciudad moderna y bulliciosa
que presintió su numen esforzado,
y desde los balcones
que su escudo han guardado
-como algo suyo que en el hierro queda, -
vió de nuevo pasar los escuadrones
que en Pavón o Cepeda,
como timbre glorioso
de su bravía intrepidez guerrera,
fueron en busca de un lugar honroso
tras su lanza, su poncho y su galera.

Y el otro paladín también ha vuelto,
al viento el poncho colorado suelto,
y erguida con selvática fiereza
la cabeza leonina,
la espléndida cabeza
que se jugó peleando por Delfina…

Han vuelto, sí, los recios paladines
de noble espada o montonera reja,
como si resonara en los clarines
el ronco bronce de la Patria Vieja;
y han vuelto los ilustres congresales
de la Organización, tallas altivas
que se alzarán por siempre redivivas
sobre los venideros pedestales!


V

Y en la ciudad aquella,
donde el ciprés alarga hacia la estrella
que mira con lloroso parpadeo,
su vertical silueta evaporada
como una exhalación de mausoleo,
y donde el alma sacudir quisiera
el yugo del humano cautiverio,
para asomarse a la abismal esfera
donde oculta sus signos el misterio,
también han despertado
silenciosas y pálidas visiones,
al golpear de fuertes aldabones
en las puertas del mundo clausurado.

Allí nuestro dolor un templo tiene,
puesto que ante ese mundo solitario
el alma se persigna y se detiene
como si fuese a entrar en un santuario.

El pasado nos mira desde el fondo
de su silencio impenetrable y hondo.
Un labio en él nos nombra,
otra alma en él por nuestras almas clama,
y el resplandor de una perpetua llama
nos ilumina desde tanta sombra!

Oigamos el llamado
que sube hasta nosotros desde el yerto
y nebuloso limbo impenetrado.
Llega una voz del páramo desierto
que nos manda y conmina.
Para avanzar en el futuro incierto
necesitamos esa voz divina,
necesitamos esa luz!... Primero
caeremos sobre el polvo del sendero,
por donde, con sus cruces y sus palmas,
los de ayer enfrentaron al destino,
para echarnos después por el camino
santificado de las grandes almas!

VI

Ciudad de Paraná, tierra querida:
tiendo hacia tí mis brazos
como para pedirte los pedazos
que guardas de mi vida.

Por más que lejos de tus playas ande
y me arranque de tí la mala estrella,
siempre mi amor te sabe la más bella
y mi orgullo te quiere la más grande,

porque tu escudo que besó el augurio
hace temblar a la legión proterva
y antepones el casco de Minerva
a las alas talares de Mercurio;
porque tus hijos nobles y bravíos
honran la estirpe fuerte,
llevando sin negar hasta la muerte
la indómita arrogancia de Entre Ríos;

porque son tus mujeres, animados
prodigios de estatuaria,
ante quienes su lírica plegaria
rezarán los poetas posternados,
y ante cuyos encantos ideales
dignos de todo amor y toda ofrenda,
revivirá la singular leyenda
de las galanterías medioevales;

porque busco tu cielo, en mi amargura,
con doloroso anhelo,
para ver en la comba de tu cielo
todas las claridades de la altura;
porque al Señor le pido de rodillas
consolar mis angustias postrimeras,
besado por el sol de tus riberas
frente al rojo seibal de tus orillas,
escuchando la voz de aquellas aves
que en las siestas inmóviles oía
cuando de niño, ya mi fantasía
se iba llenando de presagios graves.

Tierra natal, ciudad querida, Meca
soñada de iluso peregrino:
sobre el polvo feliz de tu camino
mi sueño va a rodar como hoja seca.

Pero ¿qué importa que el ensueño ruede
y al polvo vaya como cosa muerta,
mientras en polvo tuyo se convierta
y en tu regazo con mi vida quede?

Ciudad natal: yo sé que cuando vuelva
tendré cabello gris sobre la frente
y sin embargo el corazón sufriente
se alegrará en tu selva,
como el pájaro herido
que alcanza la ventura milagrosa
de morir en su nido.

Y el postrer canto, -la postrer ansiosa
exhalación de voz en mi garganta, -
ritmará con angustia incontenida
una sola palabra sacrosanta:
¡tu eterno nombre, mi ciudad querida!


            En el Centenario de Paraná, 1926

_______
en Numen Montaraz, Imprenta Lopez. Buenos Aires:1928

1 comentario:

  1. Hermosa vuestra tarea en especial recordar al gran poeta entrerriano Don Guillermo Saravá.

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