SALMO DEL HAMBRE
(Laureado en Paraná, el año mil
novecientos veintiuno)
PROEMIO
Soñé este
salmo con las pupilas volcadas hacia adentro, en una encrucijada tenebrosa de
hastío, de pesimismo y de muerte.
Lo oí de los
labios de un peregrino que pasaba, d una sombra, de un fantasma que pude ser yo
mismo en medio de la noche. Yo recogí el acento del visionario imposible y lo
traduje para los poderosos del mundo y para los miserables; para los ungidos en
gracia de providenciales designios y para los eternos caídos, vacilantes
soldados del último cuadro de la vida expirando en la hecatombe ulterior; para
los que no aman, para los que no sueñan, para los que no sufren, y para los que
saben que la felicidad es una vana palabra, que el supremo objeto de la vida no
radica en copiosas digestiones ni en señoriales sobremesas… Sí; para todos lo
traduje, pero más que nada, para el hijo de sus lágrimas, para el apadrinado
por su propio cilicio, para los malos, para los tristes, para los enfermos,
para los suicidas, para los poetas hambrientos –hermanos en noche póstuma- que,
a pesar de todas las adversidades, contra el sentido común, tienen el
sublime sentido de creer en Don
Quijote, en el porvenir, en la gloria y en la luna.
Salmo del Hambre
Tal vez nadie supo de aquel
vagabundo
ni de aquel su canto solemne y
profundo
que oyó de la noche la gran
soledad.
Blasfemia de angustia, dolor y
fracaso,
que debe haber sido como un
latigazo
sobre el rostro mismo de la
humanidad.
Hambre, reina triste del
desamparado,
cómplice del mundo perverso y
malvado,
hazme la limosna de tu bendición.
Hermana del crimen y de la
locura,
clausura mi llanto, mi vida clausura,
clávame las uñas en el corazón!
Piedra milagrosa del mal y la
histeria,
filtro de amargura que da la
miseria,
depárame un negro sudario
glacial;
azota inclemente mi altiva
bohemia
que aún se incorpora con una
blasfemia
maldiciendo el oro, cantando el
Ideal!
Ven, inexorable, ven con tu
mortaja
cuando haya concluido la postrer
migaja
de mi amargo y duro pedazo de
pan;
que yo seré dócil, que yo seré
bueno,
resignado y manso como un
nazareno
para los suplicios que en ti se
me dan.
Hambre de los locos y los
visionarios
que vas a las horcas como a los
calvarios,
que buscas la hoguera, que pides
la cruz,
que acechan los torvos designios
arteros
contando con Judas los treinta
dineros
que vale la vida del pobre Jesús…
Hambre reservada como recompensa
para los que claman, con nobleza
inmensa,
un credo más alto que el credo
vulgar;
para los que alientan fuertes
rebeldías
y arman las quimeras y las
utopías
que las muchedumbres no pueden
amar…
Hambre que deliras hasta la
neurosis
con los sacrificios y las
apoteosis,
siempre atormentada de
posteridad,
y que cuando el bronce te recoge
y nombra
prolongas tu grito y alargas tu sombra
en el vientre negro de la
Eternidad…
Hambre que cincelas rimas
harmoniosas
y amas las estrellas, los lagos,
las rosas,
siendo un poco enferma, pálida y
febril;
que cuando el invierno con el mal
se aúna,
pones los dolientes ojos en la
luna
buscando tu eterna prisión de
marfil…
Hambre que divagas por los
bulevares
soñando distantes limbos
estelares,
llena de contagios y de castidad,
o que alucinada por dichas
inciertas
duermes en el quicio de todas las
puertas
con un gesto lleno de suma
piedad…
Hambre, tú que sigues fatal,
inflexible,
a los caballeros del Santo
Imposible
en su ardua cruzada de ensueño y
dolor,
eres quien, al menos, está
todavía
de parte del que ama la eterna
utopía
siendo fiel y asidua para el
soñador.
De este malhadado siglo mercenarios
la historia se escribe sobre un
talonario,
la fe se predica desde un
mostrador;
ya en el sacro templo no se oye
otro coro
que el de la canalla pidiendo más
oro,
solamente a cambio de menos
honor!
Sálvanos ¡ oh ! madre, lírica
señora…
Ya no hay esperanza de una nueva
aurora,
reina en este mundo la recua
sensual.
Tíendenos la mano frente al gran
abismo:
¡la gloria es apenas un vago
espejismo
y un verso a la luna, no más, el
Ideal!
Hambre, reina triste del
desamparado,
cómplice del mundo perverso y
malvado
que presides nuestra gloriosa
ascensión,
hermana del crimen y de la
locura,
nuestro ardiente lloro por
siempre clausura,
clávanos las uñas en el corazón!
__________________
Después, la
tiniebla macabra y helada,
oyó el eco
de una feroz carcajada
vibrando en
el seno de la inmensidad;
y así acabó
el salmo de angustia y fracaso
que azotó
las sombras como un latigazo
sin herir el
alma de la humanidad.
en Hierro, Seda y Cristal, Librería de Juan Roldán y Cia. Buenos
Aires:1925
Ilustración: El hambre en Madrid, de José Aaparicio Inglada (c. 1818)
Un tema que debiera sensibilizar al más taimado porque está latente en todos los rincones del mundo y que este gran poeta que fuera GUILLERMO SARAVÍ, ha sabido interpretar en un poema perfecto. Creo que toca a los corazones más insencibles
ResponderEliminarGUILLERMO SARAVIA, ES UNO DE LOS GRANDES POETAS DEL HABLA HISPANA.
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