¡Salve, tierra magnífica de todos,
generosa, cordial y hospitalaria,
que das la maravilla de tus cosas
al esfuerzo promiscuo de las razas,
en tu oportunidad de selva enorme,
inmensos ríos e infinitas pampas!
Noble tierra de todos, tierra mía,
dulce
tierra entrerriana
que el Paraná y el Uruguay arrullan
con la canción errante de sus aguas,
y el sol encela con sus rayos rojos
y el pampero fustiga con sus rachas
y otoño fertiliza con sus lluvias
y el arado inclemente despedaza:
el arado que brilla en las praderas
como un beso de luz que la mañana
estampase en tu vientre generoso
de prolifera madre fecundada;
el arado, Señor de las cuchillas
y Armado Paladín de la Esperanza,
que traza el surco bienhechor, el surco
en donde el grano procreador se guarda
para formar la suculenta espiga
-la suculenta, pródiga y dorada,
que es un broche de sol sobre la loma
y promesa de pan sobre la Patria!-
¡Inmensa
tierra mía
donde la selva querandí levanta
su garabato arisco que se rinde
a la tajante solución del hacha;
esa chúcara selva cosquillosa,
mil veces
milenaria,
hermana primogénita del Mundo
que la leyenda de los siglos canta,
y adonde el Tiempo a refugiarse acude
como un siniestro búho entre sus ramas!
¡Oh, la indígena selva rumoreante,
de encantos
millonaria,
sobre cuyos ramajes se fatigan
todos los soles de las siestas largas;
guarida de los gauchos indomables,
los de hirsuta melena enmarañada,
que allá en los tiempos de la Ilíada nuestra
perforaron los cielos con sus lanzas
y trazaron con ellos las fronteras
de la
Gloriosa Patria,
y salpicaron las cuchillas todas
con la sangre de la feroz matanza!
¡Salve, tú,
semillero de hermosura,
de la agreste hermosura descuidada,
sin orden,
sin aliño,
llena de majestades y gracia
porque no ha recibido todavía
la fe de erratas de la ciencia humana!
Hermosa
tierra grande
como es
grande la raza
que cimenta sus ranchos en tu seno
generoso de madre hospitalaria!
Tu seno engendrador, propicio a todo,
donde los viejos algarrobos se alzan
y lucen su apostura montillera
sus fuerte troncos de pardusca cáscara,
y que vistos de lejos se dirían
de una atlética estirpe los patriarcas!...
Donde se yergue el ñandubay rugoso
y el sauce melancólico desmaya
y se elevan altivos los guayabos
y los floridos ceibos se desangran
y se orifica en flor el espinillo
y el quebracho indomable se levanta
con la recta actitud irreprochable
de un viejo gladiador de comarca!...
Donde impaciente el colibrí aturdido
entre flores
vaga
sin posarse en ninguna, pues parece
que muy
aprisa anda,
como un joven romántico y voluble
que cumpliese a la vez con muchas damas.
Donde cruza cual flecha zumbadora
fugaz la
avispa rápida,
y en las horas dormidas de la siesta
el sauce seco el mangangá taladra,
y el carpintero con su agudo pico
el algarrobo centenario horada,
causando ese eco peculiar que asusta
a los chicuelos que en los montes andan
inmolando a alambazos las cachirlas
o buscando la oculta lechiguana.
Donde rueda nervioso el turbio río
por la estrecha prisión de las barrancas,
cuyas ondas se irisan cual si fueran
serpentinas de sol que se licuaran,
y que al pasar por las agudas piedras
se juntan, se acarician, se separan
y murmuran y ríen y armonizan
y entre los juncos de la orilla saltan,
como saltan y ríen y murmuran
las chicuelas alegres alegres y entusiastas
cuando la Vida a contemplarse empieza
con ardores, con nervios y con ansias!
¡Oh, dulce
tierra mía
donde corrió
mi infancia,
risueña y
apacible,
tranquila, dulce y mansa
como mansas, dulces y tranquilas
quedan cantando las traviesas aguas
como mansas y dulces y tranquilas
desfilan lentas las ovejas cándidas,
como mansas y dulces y tranquilas
ríen volando las gentiles auras,
acariciando las humildes hierbas
y resbalando por la inmensa pampa!
¡Oh, mis años
alegres,
mis años
entusiastas,
aquellos
todos nervios,
aquellos
todos ansias,
tan llenos de
alegrías
y de sonrisas
francas
y de azulados
sueños
y de
ilusiones diáfanas!...
¿Por qué
habéis emigrado
de la mansión
de mi alma
dejando sólo la brillante huella
que los recuerdos en la mente trazan?
¡Amada tierra
mía,
toda luz, toda espacio, toda pauta,
llena de sol, de brisas y de auroras,
de cadencias dulcísimas y extrañas,
de sutiles perfumes penetrantes,
de zorzales, jilgueros y calandrias,
cuyas voces armónicas resuenan
en la inmensa amplitud ilimitada,
cuando asoma en oriente esplendorosa
la soñolientas y fúlgida mañana!
¡Hermosa
tierra mía,
dulce tierra
entrerriana,
altiva en la
pelea,
fecunda en la
labranza,
la de los
surcos grises,
la de las
rubias parvas,
la de los
hondos sueños
sobre las
mielgas pardas,
la del total
esfuerzo
sobre la
brega diaria,
la de los
fuertes bardos
de las
gentiles arpas,
y de las criollas de los ojos negros,
de labios rojos y morena cara,
con jirones de sombra en os cabellos
y recortes de sol dentro del alma,
con susurros de seda en sus sonrisas
y elocuencias de luz en sus miradas,
arrullos de paloma en sus promesas
y cantos de zorzal en sus palabras!
Invicta
tierra mía,
¡oh, cuna de mi madre venerada!
de mi madre tan buena y generosa,
de mi madre tan noble y abnegada,
que tiene la ternura de esas aves
que en los misterios de la selva cantan,
y luce la grandeza de su suelo
como agreste blasón dentro del alma,
y a quien nunca le canto, pues conozco
que me faltan para ello las palabras
y que los himnos que mejor le suenan
los realizan mis besos entusiastas,
que puestos en su frente repercuten
como jazmines jóvenes que estallan
y brincan y retozan y se enredan
en su sedeña cabellera blanca,
y rojos como son quedan brillando
cual una incrustación sobre sus canas!
¡Oh, dulce
tierra mía,
toda músculo y nervio, toda savia
y juventud y fibra y hermosura
y nota y
pentagrama,
divina realidad en el presente
y promesa feliz para el mañana!
Tierra grande, fecunda, lujuriante,
engendratriz,
lozana,
que te muestras al mundo omnipotente
como un promisión para las razas:
recibe los acordes de mi lira,
de mi sonora lira que te canta
con toda la cadencia de sus cuerdas
-sus cuerdas rumoreantes como auras,
bulliciosas y alegres como alondras,
sensibles y elocuentes como almas!-
________
en Obra poética,
Colección El país del sauce, UNER/UNL. Santa Fe:2013 p. 185 a 193
Ilustración: Pastor (1655-1660) de Claudio de Lorena
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