lunes, 1 de julio de 2013

Poemas de "El alba sube..." / Juan L. Ortiz

Momento

El jardín llovido
eleva hacia las tímidas sonrisas azules
la mirada de sus rosas.

Ruptura cristalina del alado llamamiento
a la luz.
Pesado de delicia el jardín con sus árboles
se pierde en sus esencias.
Pero viene la brisa
y es una infancia de hojas y de flores danzando.

El canto de los pájaros a la danza se ciñe.

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La noche y la mujer

¿Dónde empieza la una y termina la otra?

Flor
de la noche
hecha sólo
de resplandores,
pero brotada
de un suave secreto
del cosmos.

Con su más pura
vida
es forma de la sombra
que mira
y abre
blancas sonrisas.
Loca la noche de la ciudad la quema en reflejos.
¿Se muere en el día como una joya?

La noche de los árboles la entiende.
Y la calle iluminada
fija en ella su más viva y delicada pasión

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Sueño encendido…

Otoño, celeste puro, exaltado, entre nubes de humo,
que baja hasta una dulce palidez
entre una tenue gloria de vapores.
Otoño sobre las rosas, otoño del mediodía.
Las cosas encantadas en un sueño encendido.
Las chispas, sólo, de las hojas
aleteando.

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No, no es posible…

No, no es posible.
Hermanos nuestros tiritan aquí, cerca, bajo la lluvia.

¡Fuera la delicia del fuego, con Proust entre las manos,
y el paisaje alejado como una melodía
bajo la llovizna
en el atardecer perdido del campo!

Fuera, fuera, Brahms flotando sobre los campos!

No, la muerte mágica de la música,
ni la turbadora sutileza,
mientras bajo la lluvia
hombres sin techo y sin pan
parados en los campos,
vacilan al entrar a la noche mojada!

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________

Nada más…

¿Dónde se hizo esta
luz
velada?

El chingolo canta.
Este canto en la luz
como desde el seno
tímido de la luz.
Y las orillas
florecidas,
las orillas
amarillas,
las orillas temblando
en la sensitiva
mirada del río?

Demasiado, demasiado.
Sólo la soledad
apenas
dorada,
con este canto.
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Nada más que esta luz….

Nada más que esta luz, otoño.
Nada más que esta luz.
El éxtasis, el éxtasis,
entre el cielo y la tierra, suspendido,
mejor: que se abre y se dilata como un alma
profunda, pero de una
claridad delicada de serenos
pensamientos sensibles.
Nada más que esta luz, otoño,
otoño, nada más que esta luz
que penetra sutil
las cosas
pero queda
al rededor de ellas, como temblando,
sensitiva
y casi pudorosa.
Nada más que esta luz, otoño.
¿Es de todos esta luz?
La calle humilde está
traspasada, y como elevada,
ligera,
en esta dicha etérea.
Pero a todos llegas, otoño,
a todos llegas en esta tarde
en que hay manos translúcidas y eternas
que hacen signos en el aire?

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El viento…

El viento ha apagado la tarde.
Y el anochecer moroso, de azul místico,
llega.

Noche pálida aún, y rameada.
Serafines, veo, solos, sobre las ramas.
Pero el ángelus tiéndeles
amigas manos,
y sonríen.

Cómo se pierde su sonrisa en la sombra!

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Sobre los montes…

Sobre los montes un canto.
Un canto, solo, en la tarde.
¿Qué invisible ave nostálgica
llama? ¿Es el aire que canta?
¿O es la soledad infantil
pero profunda, que dice
a los cielos alejados,
lo que el reflejo y el ritmo
del río, lo que las flores
agrestes, lo que los árboles,
no pueden comunicar?

Sobre los montes un canto.
El silencio tan sensible,
con qué dulzura lejana,
melodiosa, se quiebra!
En su ruptura, la tarde
su tensión celeste afloja.
Qué silencio el de las aguas
ahora, y el arroyuelo
-temblor pudoroso entre
las altas hierbas- por qué
ha callado? Es este canto,
entonces, la pura esencia
de esta soledad perdida
en sí misma, que pedía
a las aguas, a los pájaros,
a los follajes, a las flores,
la voz que necesitaba?
Qué dicha honda, si frágil,
que anhelo musical
de tantas vidas secretas,
de tan mágicas presencias
como concierta el paisaje,
al fin encuentre su canto!
Un canto sobre los montes.
Un canto, sólo, en la tarde!






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