Quietud, Cesareo Quiros
Al
considerar la poesía entrerriana en general ciertos jóvenes críticos que no
conocían de ella sino algunas muestras más o menos recientes han hablado de
monotonía en razón de que la nota paisajística se repite en esta poesía
demasiado. Y contra el paisaje como estimulante espiritual venían luego unas
palabras de Válery. Como si un mal momento le hubiera impedido a éste comunicar
tantas veces con el mundo y darnos de este mundo, de su mundo, sobre todo del
ambiente mediterráneo que llevaba en la sangre, las imágenes precisas y sutiles
que conocemos… Pero Válery aludió al hastío de las cosas cuando el alma se
cierra, o a cierto cansancio estético en la relación con las cosas. Y el
paisaje no es eso: el paisaje es, ya se sabe, un estado de alma para otro estado
de alma. El que se cree más monótono o más desapacible puede así tocarnos
cuando aparecen determinadas relaciones entre él y nosotros, cuando nuestra
alma precisamente ha perdido sus límites. El paisaje es una relación. Perdón
por estas cosas tan archiconocidas. Pero es monótona en verdad toda la poesía
entrerriana? Nos limitaremos a la que está más cerca de nosotros. En la
relativamente más alejada, desde Andrade hasta Chabrillón y Elías, y siempre
que la estimemos como poesía, podría notarse, sí, una reiteración del tono
épico, pero también está Gervasio Méndez, está Palma, líricos, si se quiere, y
ubicándolo allí, está asimismo Fernández Espiro, no muy constante en la
entonación pindárica. Dicho tono, por otro lado, respondía a los recuerdos
latentes y a veces sangrantes de las luchas libradas por Entre Ríos para
defender su autonomía y acaso significaba un lejano eco del altivo sentimiento
indígena –el del minuan y el charrúa- ante el conquistador blanco. Y persistió,
es verdad, cuando la realidad social y política de la provincia había cambiado.
Persistió hasta en Elías, quien, por otra parte, aligeró el énfasis ya
tradicional, lo coloreó de aristocracia y bizarría, muchas veces, pero no pudo
desprenderse totalmente de él, no sabemos si porque pesaba demasiado la
oratoria o si porque las leyendas del valor que le habían nutrido en el Montiel
natal venían demasiado confundidas con cierta épica ampulosa. Él tuvo el
mérito, no obstante, de dar como legalidad a un “modernismo” bastante
decorativo, es cierto, que le llega muy visiblemente el influjo de Herrera y
Reissing, pero a través del cual entraba un poco de aire fresco entre tanta
montonera y tanta lanza de tacuara. Tímidas voces, luego, recogieron el claro
mensaje, pero sostenidas por una vocación privada de heroísmo y la fuerza que
el ambiente exigía, hubieron de apagarse pronto hacia un silencio que para
algunos fue fatal. Los típicos del coraje histórico resurgieron de nuevo y los
nombres que los utilizaban: Panizza y Saraví, con dones rítmicos –en el sentido
tradicional- innegables y algunos aciertos de expresión, se presentaban como
los únicos representantes de la poesía entrerriana mientras ya habían aparecido
Tierra amanecida y Villanueva
ensayaba su canto.
Pero ya Chabrillón había dado
bastante tiempo antes una nota casi íntima o de una melancolía florecida o
trashumante que iba madurando, con algunas anticipaciones técnicas que los
ultraístas señalaron después. Su influencia, sin embargo, no se hizo mayormente
sentir en la poesía del momento.
La realidad social y policía de la
provincia había cambiado, hemos dicho. Ello con respecto a la que determinó en
gran parte las luchas de los caudillos. La oligarquía ganadera del norte y del
sur estaba asentada. Algunas industrias menores apuntaban. La agricultura
conocía una hora más o menos feliz. El lino azulaba casi los campos. La poesía
que nacía entonces supo mirar, fue fiel a esta realidad sin negarse. Lo había
sido ya en algunos momentos de Elías pero en un tono no muy convincente. Lo fue
también en brevísimos instantes de Saraví aunque sobre el fondo fatal del monte
arisco al que se confiaba un resentimiento que se compaginaba muy bien por otro
lado con algunas seguridades de la nueva situación. Estamos con Tierra amanecida de Mastronardi y
estamos con Versos para la oreja de
Amaro Villanueva. Si se nos llevara a caracterizar la poesía que arranca desde
esta fecha diríamos que ella, con las excepciones del caso, es más humilde que
la anterior, que ella es más atenta, que ella es más flexible, que ella es más
honesta. Honesta con una realidad que no podía dejar de penetrarla, que la
penetra aún y que ella asimila íntimamente. El campesino, el labrador, la
sirvienta, la muchacha de pueblo, las estancias, los ganados, los arrabales,
ciertos modos verbales de Entre Ríos, cierta categoría poética. Y es distinto
el tono: ya la nota grave, la exaltación contenida y ferviente, la loca casi
religiosa del esfuerzo fecundo, ya la gracia festiva, la intención
reivindicativa pero como juguetona.
***
Se ha relacionado la predominancia
de la lírica en nuestra provincia con el carácter poco menos que pastoril de
nuestra economía. Entre Ríos, efectivamente, no cuenta con grandes industrias,
y las que existen, sin mayor importancia, no pasan ahora por una situación muy
próspera. El acento lírico, se dice, corresponde en general a la etapa
pastoril. Por eso no tenemos casi novelistas.
Sobre los nombres de dos revistas –Espiga de Rosario y Sauce de Paraná- escribimos una vez lo siguiente: “Significativos
ambos de ciertas características de los correspondientes paisajes –el de Santa
Fe y el de Entre Ríos-, tanto que podrían tomarse en determinados modo como
símbolo. En un plano menos material se nos antojan aun más sugestivos.
Piénsese, por ejemplo, en lo que el sauce en este caso dice de una paz casi
insular, algo pastoral, aunque sensible al viento, a todo lo que trae el viento
y a las inspiraciones no siempre muy idílicas del agua que nunca se detiene.
Piénsese por otra parte en las alusiones de la espiga a un ambiente de
posibilidades ricas en muchos aspectos, a pesar de todo; de relaciones
relativamente dinámicas y relativamente complejas…. Esto además del abierto
cuadro dorado que ella supone, con gestos en general felices o que lo esperan
ser en el esfuerzo hacia las respuestas de la tierra y de los propios hombres.
Por un lado, pues, podría ser la meditación lírica un poco flotante, y por otro
la esperanza también lírica pero de pies seguros sobre los caminos francos que
permiten ir muy lejos. Todo ello, por cierto, en relación con una realidad que
no puede ser eterna”[1]
Ese carácter “isleño” de nuestro
territorio ha influido indudablemente en el sentimiento autonomista que domina
la historia de Entre Ríos y le da un a modo de perfil a nuestro pueblo en la
escena de la vida nacional. Pero él supone también ese tipo de meditación que
es nuestra lírica más reciente. Una meditación naturalmente elegíaca porque la
soledad del paisaje, por razones varias, se ha hecho sentir más. Aunque es
cierto que la poesía provincial tiene siempre algo que ver con la elegía. Pero
esta elegía es en general clara y armoniosa como el paisaje de Entre Ríos, una
punzante sensación, sin duda, de infinito ondulado, de calidad casi musical, o
una dulzura discreta, como amiga, un poco huraña, a veces, es verdad, bajo una
atmósfera o en una atmósfera muy sensible, muy cambiante. Una sorprendida
melancolía, caso, en ese jardín que vieron los viajeros ingleses y que exaltó
Sarmiento y que ha sido descuidado y en gran parte destruido, pero que la esperanza,
conforme a su destino, puebla ya totalmente de granjas. No todo sin embargo es elegía en la joven poesía, ni
esta elegía es parecida en todos los poetas reflejo muchas veces de otras
sombras o de una soledad espiritual que no ha sido todavía superada cuando no
de un auténtico drama interior de una cruel fatalidad. Aunque amenazó en un
momento diluir algunos talentos encantadores, salvados en cierto modo a tiempo
por ele ejemplo de Amaro Villanueva cantando las calles de la ciudad de Paraná.
______
En “Comentarios.
Hojillas de laurel.” en Juan L. Ortiz; (1996) Obra Completa. Edición a cargo de Sergio Delgado. 1ª edición. Santa
Fe:1996 p.1069-1071
[1] Entre
Ríos, desde luego, es también agrícola, pero en general ha sido más ganadera o
por lo menos la influencia de los hacendados se ha hecho sentir más que la de
los agricultores en su vida económica y política. Y lo es ahora más. Las ovejas
y las vacas son hoy casi los únicos habitantes de sus campos.
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