sábado, 31 de agosto de 2013

[Numen Montaraz]


Para descargar en Scribd, Numen Montaraz de Guillermo Saraví (1928)

[Traveseando]


Haciendo click aquí se puede descargar el libro en Scribd.

[Traveseando] El mosquito inocente / Ricardo Zelarayán

Yo soy Tico, un pobre mosquito inocente que jamás picó a nadie.
Porque ustedes deben saber que las que pican son ellas, no yo, que sólo me alimento de jugos, de néctares y de alguna otra cosa tan suave y tan inocente como yo.
Anoche soñé que yo no era tan inocente y que picaba en serio, o por lo menos que quería picar. Y lo primero que quise fue picar a una tortuga... ¡Uy! ¡Pobre de mí! Después a un rinoceronte... pero, ¿cómo picarlo sin saber y sin tener con qué picar?
Las que saben picar, y pican muy bien, son mis hermanitas y mi mamá. ¡Créanmelo! Mis hermanitos, mi papá, mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, todos inocentes porque somos y hemos sido siempre vegetarianos.

Hoy, al despertarme, el cielo y la tierra se miraban de frente, como una flor azul y una flor dorada.
En cuanto salí del sueño pasó un picaflor.  Medio dormido como estaba yo, me asusté mucho porque sé que no es tan vegetariano como yo. Hay jugos de flores para nosotros y los picaflores. La naturaleza es sabia, pero hay que tener cuidado porque todos nos equivocamos alguna vez.
De pronto pasó un murciélago... Menos mal que no me vio... porque volaba dormido. Después me asomé curioso al cáliz profundo de una flor anaranjada... Parecía un salón enorme y los rayos del sol se filtraban a través de los pétalos. Adentro, en una pequeña laguna de gotas de rocío, un insecto verde retozaba nadando en el agua rosada. Enseguida me posé en una margarita, pero tuve que levantar vuelo y me mantuve a distancia al ver una hormiga que caminaba por los pétalos hacia el centro, hacia el sol de la margarita. Y una abeja desprevenida al ver a la hormiga. Siempre se aprende algo. Yo no sabía que las abejas se asustaban de las hormigas... En una flor, al menos.
Y así pasó mi mañana de hoy, de flor en flor, entre mariposas, abejas y moscas verdes o doradas.
Después dormí plácidamente la siesta, con la panza llena de jugo de jazmines, de azahares o de flores de duraznero... qué sé yo.
Ésa es la vida de un mosquito inocente. Y les juro que, si algún mosquito los pica, no fui ni seré nunca yo. Pueden ser, sí, mi madre,

mis hermanitas, mis abuelas, pero nunca yo.
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La primer edición de este texto fue: Traveseando, Colección La manzana roja, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1984.

Para esta transcripción se ha seguido la incluida en Ahora o nunca. Poesía reunida. 1ª edición. Editorial Argonauta. Buenos Aires:2009. Pp. 75-92 y la de Eloísa Cartonera en su Colección Nueva narrativa y poesía Sudaca Border. Buenos Aires:2010.

[Traveseando] El vaso no quiere asomarse - El tenedor que se perdió dos veces / Ricardo Zelarayán

El vaso no quiere asomarse

La vieja botella, que nunca se arruga, me dice siempre que yo no soy más que un vaso de docena, lo que es mucho decir porque quedamos nueve.
¿Pero qué podré entender yo de viejas, de arrugas y de docenas? Lo que yo sé es que hay un borde al cual no conviene asomarse.
Debajo del borde de la mesa está el abismo...
Aunque siempre, hasta ahora, hay manos cerca que nos salvan. Y tampoco sé si esas manos son mías o de otros.
La botella vieja me ha dicho también que ella y yo somos inventos difíciles de mejorar, que tenemos una historia larga y que si no existiera el vidrio no seríamos nada. ¿Pero por qué tengo yo que ser vaso y botella ella, en vez de ser vidrio de ventana o de anteojo?
Y bueno, así nos han hecho, por lo menos a mí, con la boca siempre abierta para llenarnos. Por eso nos cuidan tanto, le digo a la vieja botella. Pero ella no me deja hablar ni quiere oírme, porque sabe que soy un vaso de una docena de nueve, ¡vieja bruja!

Está bien que los chicos me llenen de arena después de tomar la leche. Está muy bien que me pongan una rosa, alada, inquieta como una llama. La música de la cucharita despierta alegremente mi corazón adormecido. Me encanta cuando me llena la lluvia, y si no fuera por ese maldito borde, me escaparía al patio o al balcón cuando oigo llover.
No es cuestión de llenarme con lo primero que venga. Porque boca abierta arriba como soy me ha caído de todo. Boca abajo, en cambio, he conocido una luciérnaga.
Perdón, una hormiga me hace cosquillas en mis labios siempre abiertos. No te caigas porque no podrás salir hasta que me laven...
Y ahora me hacen rodar en medio del agua: me están lavando. De paso, muy de pasada, conozco una copa mimosa y muy mimada.
¿Será mi novia? Yo no sé nada.
De pronto me dejan solo. No veo ni el borde. No hay una mano. No se oye ni el rezongo de la vieja botella. ¿Qué estará pasando?
De pronto una botella de cuello largo. Más fea que los anteojos... No gané nada.



(El bordado pertenece a Guillermina Baiguiera)


El tenedor que se perdió dos veces

Un tenedor perdido es siempre más que una media o un zapato que se pierden. Siempre se dice que del dicho al hecho hay mucha distancia. Mucha más que del piso al techo y de una mañana a la otra.

Y era precisamente una mañana, una hermosa mañana, cuando una rubia naranja cayó naturalmente de su árbol y fue rodando hasta las puntas de un tenedor que no tenía nada que hacer porque se habían olvidado de él el domingo anterior.
El benteveo, que contemplaba la escena, dejó de cantar desconcertado al ver ese extraño objeto que brillaba al sol, y pensó que nada bueno podía esperarse de ese brillo extraño ni de esa naranja que corría hacia él (el tenedor) como un corderito incauto hacia la boca del tigre... Pero nada malo podía esperarse de un tenedor perdido, sin una mano que lo empuñara.
Como nada se pierde en la naturaleza, muy pronto la naranja se cubrió de hormigas, porque el impasible y deslumbrante tenedor asustaba a los pájaros tanto como los ojos de los gatos por la noche.
Después siguieron cayendo naranjas maduras y las hormigas acudían de todas partes. El tenedor al sol era el guardián de ese festín y los pájaros, intrigados, no se atrevían a acercarse.
Por último, el pasto cubrió al tenedor y todo volvió a ser como antes. El objeto civilizado dejó de brillar y la naturaleza comenzó su lento trabajo para hacerlo suyo o, por lo menos, para tragárselo o atraparlo, cubriéndolo de tierra, de raíces y de hojas.
No se sabe exactamente lo que pasó después. Tal vez lo pisó un caballo al galope y saltó como una langosta, pero lo cierto es que un buen día el tenedor apareció sobre una piedra ante los ojos de Perico.
Y como nada se pierde en la naturaleza, el tenedor perdido en el bosque pasó enseguida a la bolsa de objetos encontrados por Perico.  Allí fue a parar junto con bolitas, piedras, corchos, naipes sueltos, plumas, entre éstas una legítima de ñandú, no arrancada de un plumero. Pero como Perico sabía que el tenedor corría riesgo, lo escondió cuidadosamente en el fondo de la bolsa. Tengo un tenedor, un tenedor de verdad, pensó primero. Después comenzó a dudar: ¿qué es un tenedor sin un cuchillo?
Enseguida su pensamiento entró a correr, a volar... Ahora tengo que encontrar un cuchillo... Después una mesa... Después una silla... Después una casa... ¡Epa! Con la casa la cosa se complicaba mucho.
Y no pensó más. Al fin y al cabo, un tenedor de verdad no es una cucharita cualquiera y, pensándolo bien, es más que una cuchara... Aunque por el momento el tenedor sólo le servía para mirarlo o para empuñarlo y pinchar el aire, un corcho, la pelota o el gato, todo a escondidas.
Otra posibilidad de usarlo era mostrarlo. A un amigo, a mí. Pero no se lo digas a nadie. ¿Qué se puede hacer con un tenedor solo?, me preguntaba.
Y bueno, primero juguemos a quién lo clava más lejos en la tierra. Después usémoslo como rastrillo, para escarbar un hormiguero... (¡ay! ¡cómo nos picaron!) o como peine para peinarnos.
Un día que almorzábamos al aire libre con nuestros padres, Perico se las ingenió para comer con el tenedor encontrado, escondiendo el otro en el bolsillo. Yo no podía más de la risa, pero nadie se dio cuenta.
AI final casi casi nos convencimos de que un tenedor encontrado era mejor que una bicicleta regalada.
Pero alguien habló, alguien más envidioso que yo les contó a los otros chicos.
Y cuando todos los chicos se enteraron, cada uno trató de encontrar un tenedor… De cualquier manera, lo más rápido posible.
-Este es mejor que el tuyo, es un tenedor de plata —le decía un chico a Perico.
-Y yo encontré dos  -decía otro.
-Eso no vale, mi tenedor me encontró a mí. Yo no lo busqué -respondía Perico.
Se había desatado una tormenta de tenedores. Alguien tenía que pararla.
El ruido que hace un tenedor al caer en el piso es inconfundible. Un buen día, el padre de Perico le dijo con toda naturalidad:
-¿Qué tal si te cambio tu tenedor por un tren eléctrico?
Y el padre de Luisito a su hijo:
-Te cambio tu tenedor por una guitarrita eléctrica.
Y el padre de Garlitos:
-Te lo cambio por un pianito eléctrico.
Los chicos quedaron electrizados.
Todo terminó bien, ¿bien?, pero el tenedor
de Perico no entraba en ningún juego de cubiertos.
Perico encontró la solución: perderlo en el mismo lugar del bosque donde lo había encontrado.
Perdido por perdido, era lo mejor.

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La primer edición de este texto fue: Traveseando, Colección La manzana roja, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1984.

Para esta transcripción se ha seguido la incluida en Ahora o nunca. Poesía reunida. 1ª edición. Editorial Argonauta. Buenos Aires:2009. Pp. 75-92 y la de Eloísa Cartonera en su Colección Nueva narrativa y poesía Sudaca Border. Buenos Aires:2010.

[Traveseando] La confesión de un paraguas - Cuando llueve / Ricardo Zelarayán

La confesión de un paraguas

Vivo casi siempre en un rincón oscuro, pero cuando llueve me abro como una flor. Rara vez he visto el sol. Apenas lo recuerdo. Apenas me lo imagino.
Soy un ala redonda a la que no dejan volar.
Me han dicho que en realidad soy un techo que camina, un techo ambulante que aparece cuando llueve.
Me abren y enseguida me inflo como un pavo y siento caer la lluvia sobre mí.
Soy un paraguas para atajar mil lluvias:

chaparrones, aguaceros, garúas
lloviznas... En fin, toda la familia...

Después cuando me cierran, me siento mustio, marchito como una flor o peor... como un fosforo apagado. Menos mal que me llevan abierto cuando hace rato dejó de llover.
Y cuando estoy abierto me siento un ala prisionera, la única ala hecha para mojarse cuando llueve. Y entonces quiero escaparme en serio, escaparme volando... Pero me tienen bien sujeto por ese dichoso mango traidor. Ni los pájaros ni los barriletes vuelan cuando llueve. Yo, en cambio, quiero volar en medio de la lluvia hasta verle la cara al sol.
Ni flor ni pájaros. Flor negra, pájaro negro, me han dicho alguna vez. Y hasta dicen que es de mal agüero llevarme creyendo que va a llover.
Tal vez por eso me olvidan con facilidad. El nuevo dueño siempre me cuida más que el que me perdió. Pero, de todos modos, hace conmigo lo mismo que el otro: abrirme, cerrarme, sujetarme, olvidarme... Y así se va la vida.
Me han hecho para navegar por la lluvia como una canoa al revés.
Somos todo un pueblo que aparece con la lluvia. Brotamos como los hongos cuando comienza a llover.
Pero ya somos creciditos. Es hora de soltarnos y dejarnos volar. Tenemos que esperar un descuido para escaparnos como los globos. ¡Ah! ¡Cuándo seremos paraguas sin mango!
Al final uno se parece al pelo y las uñas, que quieren crecer y seguir creciendo siempre... ¡Y los cortan! Pero éste ya es otro cuento.



Cuando llueve


Cuando llueve, ¿quién se moja más? ¿El que corre o el que camina despacio? Adivina adivinador. ¿Nunca se sabrá?
Cuando llueve, el mosquito se moja menos que el elefante, y la mosca menos que el tigre y que las pulgas del tigre. Pero, ¿qué no daría el mosquito por tener la sombra de un elefante y la mosca la sombra de un tigre?

Cuando llueve, nadie quiere mojarse pero todos se mojan, menos los que consiguieron ponerse debajo de algo, techo o paraguas, que son casi todos. Así no vale.
Cuando llueve, el árbol que hace sombra de sol, hace sombra de lluvia
Cuando llueve, no se puede volar o se vuela menos. Y los pájaros buscan un árbol frondoso o un alero, porque nadie les enseñó a cubrirse con las alas.
Cuando llueve, a los mares o a los ríos ni les va ni les viene, porque nunca se mueren de viejos. Las lagunas y los lagos no están tan seguros y, cuando llueve, sonríen encantados.

Cuando llueve, es la fiesta de los sapos. No hay mal que por bien no venga.
Cuando llueve, fracasa la casa que no podemos terminar, como el fuego al aire libre que no podemos encender.
Pero... cuando llueve, las gotas se dan al fin un baño de tierra.
Cuando llueve, tu pelo se moja mucho y tus ojos nada... porque están bajo techo.
Cuando llueve, no hay canto de pájaros.
Cantemos nosotros al ritmo del aguacero.
Cuando llueve, es mejor que sea en verano que en invierno, es cierto.
Pero... nunca se sabrá si se moja más el que corre o el que camina despacio.


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La primer edición de este texto fue: Traveseando, Colección La manzana roja, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1984.


Para esta transcripción se ha seguido la incluida en Ahora o nunca. Poesía reunida. 1ª edición. Editorial Argonauta. Buenos Aires:2009. Pp. 75-92 y la de Eloísa Cartonera en su Colección Nueva narrativa y poesía Sudaca Border. Buenos Aires:2010.

[Traveseando] - Subir, bajar y otros sueños más / Ricardo Zelarayán


(El bordado pertenece a Guillermina Baiguiera)


El agua puede bajar por una escalera pero no puede subir, lo mismo que la pelota.
La hormiga no sólo puede subir y bajar, por una escalera y por todas partes, e incluso caminar cabeza abajo.
La mosca camina poco, pero puede posarse tranquilamente en cualquier lugar, cabeza abajo o no. En el techo, por ejemplo, como el mosquito.
El gato se sube por los árboles y las paredes, pero hasta ahora nadie ha visto nunca caminar a un gato cabeza abajo por el techo.
A las cosas y a muchos bichos hay que subirlos porque se pueden caer desde cualquier parte que no sea el suelo, aunque también pueden caerse en el suelo. No hay que confundir el piso con el suelo (las plantas crecen en el suelo, no en el piso. O en un pedazo de suelo -maceta- instalado artificialmente sobre el piso). Además, puede haber un subsuelo, que sería mejor llamar subpiso
Y como no todo es caer, hay que caer en la cuenta, de que, por ejemplo:
El loro aprende a hablar cuando no lo dejan volar.


Los gatos odian el agua pero adoran los pescaditos.


Los murciélagos son los únicos ratones que vuelan y no les gusta el queso.


Pero cuando uno sueña se da el gusto de caminar no sólo por el techo sino también por el cielo -el techo del mundo-, que además puede comerse porque es azul y dulce. Y uno puede bañarse en las nubes con la lluvia que caerá mañana, aquí o en otra parte, y después caer directamente como una gota o una pelota o deslizarse suavemente como un pájaro sobre las hojas de los árboles.
Y, aunque sueñe que soy un murciélago, me sigue gustando el queso. Y puedo soñar que soy un gato sumergiéndose en el río para hacerles cosquillas a las mojarritas y algo más...

Y como hay sueños rosados y negros, en mis negras pesadillas sueño que soy una lenta polilla que dos manos enormes tratan de aplastar.
A veces, muerto de susto, sueño que soy un piano de cola que cae desde el piso 22...
Felizmente, al tocar el suelo, el piano rebota musicalmente, sube y vuelve a caer como una pelota e incluso puede subir por la escalera... hasta que me despierto.
Otras veces, sueño que soy un acordeón que rueda feliz por una pendiente interminable, sonando siempre.
Subir y bajar, soñar y sonar. Hay sueños sin eñe y sonidos con eñe. 


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La primer edición de este texto fue: Traveseando, Colección La manzana roja, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1984.


Para esta transcripción se ha seguido la incluida en Ahora o nunca. Poesía reunida. 1ª edición. Editorial Argonauta. Buenos Aires:2009. Pp. 75-92 y la de Eloísa Cartonera en su Colección Nueva narrativa y poesía Sudaca Border. Buenos Aires:2010.

jueves, 8 de agosto de 2013

Algunos Poemas (1979-1991) / Juan Manuel Alfaro


Juan Manuel Alfaro, Foto de El Diario


El cielo firme

Cuando la voz toca la luz
y encontramos en el polvo
nuestro propio hueso
todavía dispuesto
para las cosas de la tierra.
Cuando es ave casi
el reflejo de la palabra
y estamos resueltos
a pisar toda la oscuridad
para llegar al cielo firme.
Cuando intuimos
que repetir la lumbre
no aplacará las sombras
hechas para preservar el corazón
en su frescura.
Cuando abandonamos la cacería de la eternidad
y somos día,
hora,
instante de hombre,
puede que estemos cercanos a la poesía.
Puede que alcemos un pájaro hacia Dios
y tenga respuesta.


La canción

"Todo hombre necesita
una canción intraducible."

Roberto Juarroz

Durante años
he tratado de recobrar
fragmentos,
esquirlas,
de algo que cantaba mi padre.
Algo usual, mínimo, templado.
Y aunque, a veces, se anuncia en mí,
disuelta como un silbo,
me doy cuenta que esa canción
ya no está en el mundo.


Tantas veces el este

Tantas veces el este,
la rama, 
el nombre de las cosas.
Tantas veces apagado hacia el cielo,
los brazos hundidos,
apocada la canción.
Tanto,
para sentarme
al fin,
aquí,
a esperar el trabajo

de tus ojos carpinteros.

El trino decisivo

He oído,
piedras arriba de mí,
el trino decisivo.
Como si el hueso
se cayera en pájaros
y el árbol se partiera en aires,
el niño que engalanaba mi corazón
ha vuelto con su flauta.
Siento que su voz
es buena
para el mundo de los hombres
y la derramo
como un agua de alegrías.
Me voy de libertades por los ojos.
Subo mi corazón niño por niño
y recojo, sustancia de dioses, los fuegos,
ayes del relámpago,
para entender que armar la estrella
es mi oficio humano.



en El cielo firme (1985) 1ª edición, Fe ediciones. Paraná:1985




Linar

Este linar es un presentimiento,
no es el linar aquel que florecía
al simple roce del cielo que traía
como una fuente fugitiva el viento.

Este linar es sólo el instrumento
de un azul más profundo que querría
llegar a mí, volcarse por el día.
Lo siento aquí, lo siento azul, lo siento.

Me llena el alma su paisaje puro,
y lo poco de mí que andaba oscuro
se hermana con la luz y se alza en vuelo.

Voy por el aire en ala florecida
y encuentro tanto azul dándome vida
que no sé si es linar o si ya es cielo.


Paulina

Paulina no me deja escribir,
no hay caso.
Viene con los zapatos grandes del hermano
y justo cuando palpo una palabra,
su pelusita azul entre mis dedos,
zas !
chisporrotea,
le da por hacer pis
y sube la pelela al arco iris,
o desgrana maíz
para los gallitos de todas las veletas,
o corre por la página
y hace volar las mariposas amarillas
que me han costado todo el día,
o me saca el corazón
y lo hace girar en la punta de sus dedos
como una pelota de colores.
Qué Paulina ésta.
Qué gusto de amor.
-Dejá esos fósforos.
  No rompás ese libro, que es prestado.
  No te saqués las medias, que hace frío.
(Quién colgó este pañal en la poesía?)
Qué oro de volar,
qué dicha de agua,
de tarde pueblerina,
de campos,
huerta pura,
manzanas en la cesta,
sombra de paraísos,
gorriones,
corderitos,
tiene tu nombre de trébol con rocío.
Paulina de mis ojos.
Dibujito animado de mi magia más limpia.

Pero, ven, trepa a mi rodilla,
no me dejes escribir.
Galopa duende,
gnomito,
hagamos pajaritas de papel
con los poemas.

Apilemos los libros
y subamos sobre ellos a contemplar el sol,
que un día será tarde para todas estas cosas
y volarán los pájaros entre tu corazón y el mío.

Ven, toma mi corazón, esta pelota de colores,
y vamos a jugar. Este año es un domingo.

en La piedra azul (1991) Ediciones Comarca. 1ª edición. Paraná:1991




resultado

Yo vengo de una casa que huele a pan silvestre,
que huele a patio limpio.
Yo traigo de la estrella, la mirada más cerca
y una calle terminada en grillos.
Traigo de la rama, la ubicación del nido
y soy de todo el campo el espacio del rocío...
apuntalado al alma, mi mapa de adivino
por el que anduve mares
de trompos sin abrigos;
porque antes de la tierra mi corazón fue niño
y antes de aprender al agua
aprendí que el cielo era un ojo distraído,
que el pan nace en fuego
pero muere de frío...
Yo traigo en la botella mi barco
y en el bolsillo,
mi risa de payaso llorando su flor de paraíso,
porque al final de cuentas, hace muchos paisajes,
yo fui todos los niños.
Tuve un barco en las afueras del corazón
y el amor fue vulgar como cualquier cigarrillo
y un tren abandonado quedó de todo el vino...
Entonces, yo tenía boleto de ida y vuelta
en el sol de los pinos.
Entonces,
cuando el viento todavía no era olvido.
Ahora, el pliego azul
se borró de mi mapa de adivino,
la luna ya no vale la pena
en la moneda del mendigo.
... El amor era dulce, pero hace muchos niños...
El viento me dejó a solas con el agua
y mi risa de payaso
llora conmigo.


luz entre las hierbas

... y hubo de atardecer, entonces,
cuando la casa y el sueño tenían
una cortina serena
y era una felicidad la humilde cara
vuelta hacia el poniente.
El cielo, apenas terco de azul
y una fe de lino escondiendo
la angustia encantada.
En el pecho, nada más que una música,
o el paisaje de una música que hablaba
con el consentimiento del agua y de la tierra:
los dos hermanos de leche de aquellas manos
que también fueron el absoluto
de esa edad amable, doblada ahora
como un rezo por las corolas
que no exigieron el mundo.
Porque de ser simples y limpiamente solos,
mis padres, se quedaron allá,
en un terraplén en huída,
donde los tajamanes florecían de ser verdad,
donde el aire le sacaba la lengua
a la fidelidad de los cardos,
donde el misterio era recordado
de tanto en tanto por un arco iris,
donde las lluvias
suplantaban la palabra infinito
y el silencio era una belleza de siempre...
Y hubo de atardecer, entonces, allá,
junto a las parvas
que custodiaban la promesa,
en el corazón sin tumulto de los caballos,
en la duermevela de los ojos de los perros,
en el molino encallado
como un niño obediente,
en la cintura de la Luisa...
Y hubo de atardecer, entonces, allá
donde cada sueño
era un juramento de tristeza agradable.

allí se hizo el maíz

Allá se hizo el maíz una mañana,
todos corrieron a rodear el día
y los despertó el alma.
Venían del agua las manos,
cierto cielo había, de tanta tierra cierta
y un tajamar de rosas
tuvo el viento
sobre la espina de aire
de las polvaredas.

Las calles callaban las distancias,
la sombra era un reloj
junto a la puerta;
se me caía de niño la sorpresa
y andaba balbuceando a nube sola
el mundo árbol, la mamá hierba...
Allá se hizo el maíz.
Por el lomo del pan iban los años
cortándole camino a la tristeza,
los ojos miraban el poniente,
porque allí termina último la tierra.

... Nos besaron las hojas hacia abajo
y el cielo era de azul a manos sueltas,
cuando una tarde encontramos a la casa
mirando el sol
y con la boca abierta.

explicación de la ausencia
                                                 (a mi madre)

No creas que me fui de tus manteles,
yo sólo fui a traer la leña para mayo.
Anduve repartiéndole arena a las orillas
de todos los arroyos de mi boca en el árbol.

No pienses que olvidé tu voz en las cortinas,
ni tus ojos saliendo a andar en cada pájaro.
Yo sólo fui a la lluvia con los zapatos viejos
para ver si algo mío necesitaba el barro.

Ahora que hay ventanas a lo largo del rostro,
que ya no está la tarde de paso, entre las manos,
quisiera que cubrieras de árboles mi frente,
que dibujara un pueblo, tu beso en mis hermanos.

Ahora que la calle tiene piel de malvones
y la pared no exige ya cal a su cansancio,
quisiera darte el nuevo domingo de mis cosas
y mi canción que cree en el gorrión y el álamo.

No tiré por la espalda mi mapa y mis relojes,
yo sólo fui a traer la leña para mayo.

en Cauce (1979) Ediciones Comarca. 1ª edición. Paraná:1979


Las fotos son de Nicolás Ardanaz 
Navarra (1910-1982)